Han pasado 60 años desde la liberación de las pocas personas que milagrosamente permanecían vivos en el campo de concentración llamado Auschwitz.
Las personas que nacimos después de la segunda guerra mundial hemos aprendido de ella por medio de libros, películas, clases de historia y hoy en día, por Internet. Creo que aun no lo sabemos todo, posiblemente nunca sabremos toda la verdad de lo que sucedió en el mundo entre 1939 hasta finales de 1945. Pero por lo menos yo nunca podré olvidar lo que sucedió a millones de personas inocentes a manos de seres sin alma…tanto quienes tuvieron parte activa en ello como quienes vieron lo que estaba sucediendo y no hicieron nada para detenerlo.
Desgraciadamente aprendí de las atrocidades cometidas por los nazis a una edad en la que aun no sabia lo que era el odio extremo ni la maldad absoluta.
Tenía 9 años y era un día normal de escuela, que en esa ocasión incluía una hora de “educación en la fe”. Cuando llego la monja que daba la clase nos dijo que pasaríamos a la sala de proyecciones, lo cual siempre había sido motivo de alegría entre los alumnos porque preferíamos sentarnos a ver alguna película que estar discutiendo los sacramentos o los mandamientos por enésima vez. En un dos por tres estábamos todos sentaditos en la sala esperando la dichosa proyección, antes de la cual la monja en cuestión solo comento que veríamos la historia de un sacerdote Polaco muy valiente que había dado su vida por otro ser humano.. y zas.. que empieza el relato…
Explicarles como me sentí ese día se puede resumir en la siguiente afirmación: mi niñez se puede dividir en el antes y después de esta proyección. Antes era una niña muy noble, pacifica y fiel creyente en la compasión y la buena voluntad de la mayoría de los seres humanos. Claro que sabia que había gente que mataba y lastimaba, pero pensaba que era algo raro, fuera de lo común y sin duda, algo que a mi nunca me pasaría. Después de ese día mis opiniones respecto al ser humano cambiaron radicalmente. Ese día por primera vez me dolió el alma, sentí dolor por millones de personas que de un día para otro dejaron de existir. En mi cabecita no cabía la idea de semejante suceso, tenia muchas preguntas sin responder… ¿Porque? ¿Quien podría hacerle algo así a otro ser humano? ¿Porque Dios, que se supone que es tan bueno y grandioso, había permitido que pasara algo así? ¿Porque mataron tantos niños inocentes? ¿Por qué mataron a tantos abuelitos y abuelitas? ¿Que era un judío y porque lo odiaban tanto? ¿Quienes eran los polacos y porque les hicieron tanto daño? Todas estas preguntas surgían en la mente de una niña de 9 años… preguntas que tenían origen en el alma, por eso eran tan simples. Aun no sabia quienes eran los nazis, ni como había empezado la segunda guerra mundial…. Pero ese día si supe lo que era el odio.
No se si puedan imaginarlo quienes me conocieron ya de adulta, pero yo era una nena cuya ilusión máxima era usar puntas en sus clases de ballet o que llegara al sábado para ver las caricaturas y que de pronto lo olvido todo y dejo entrar un sentimiento de odio tan grande en su corazón que hasta el día de hoy no se ha podido quitar del todo.
Ese día odie a los alemanes… a todos. No quería saber nada más de ese país o su gente. Tuve pesadillas terribles y en ocasiones llore con un sentimiento tan abrumador que me dolía el cuerpo.
Recordando todo esto casi 20 años después me da coraje que las monjas hayan creído necesario que alumnos tan pequeños se enteraran de semejantes atrocidades. No se si esto servia a sus propósitos de evangelización, pero nada lo justifica. Recuerdo que en un principio pensé que si los judíos se hubieran hecho católicos no los hubieran matado... idea estupida claro, pero eso fue lo que mi cerebro entendió a esa edad… pero esa idea dio paso a otras aun peores. Empecé con ideas de posibles complots y tramas de escapatoria que podían haber salvado las vidas de millones… esas ideas implicaban acabar con todos los alemanes del mundo. A esa edad ya estaba pensando en como matar, estaba totalmente a favor de la pena de muerte a todos los alemanes.
Me pregunto si a mis demás compañeros les afecto tanto como a mí. La verdad, creo que no. Obviamente salieron tristes de esa clase, pero estoy segura que sus vidas continuaron igual que siempre al día siguiente… que envidia.
Total que la historia era de un sacerdote encarcelado en Auschwitz que por ser joven era utilizado como trabajador. Un día vio que iban a mandar a un señor padre de familia a la cámara de gas y al ver su desesperación se ofrece a morir en su lugar. La idea era que viviera el otro hombre para que al ser liberados éste pudiera regresar con su familia. Si como no y luego… claro que el pobre sacerdote se murió en vano, al otro hombre lo mataron en la siguiente tanda y su familia seguro ya había muerto antes que el... por lo menos eso es lo que creo que paso, después de todo lo que he aprendido del holocausto… no veo otro final posible.
No vi la ceremonia en la que se conmemoraba la liberación de los prisioneros, mi estomago no lo hubiera aguantado. Para mi es un verdadero milagro que aun existan personas que sobrevivieron ese infierno. Vivieron para contarlo y jamás podrán olvidarlo. Por todos los niños que fueron asesinados, por las madres que vieron como se llevaban a sus hijos sin poder hacer nada para detenerlos, por los esposos, novios, amigos y familiares que nunca mas se abrazaron, por todos aquellos que nunca mas volvieron a sonreír… por todos ellos, no podemos olvidarlo jamás.
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